"Un
político piensa en las próximas elecciones, pero un estadista
piensa en las próximas generaciones".James Clarke
Ahora,
cuando la figura de Francisco Franco Bahamonde es insultada,
vituperada y vilipendiada, cuando tras dejar una España
desarrollada, educada, industrializada y en paz preparada para
afrontar pacíficamente su futuro, ahora digo, es motivo de críticas, hasta de
los que tantísimo tienen que agradecerle. Traslado aquí un artículo
escrito por un español, sacrificado por sus ideales y que supo, porque lo vivió, lo
que significaba ser un buen gobernante. Decía así:
Para
merecer el título de gobernante no basta con ofrecer a la Patria los
mejores esfuerzos; no basta con agotar la salud y ofrendar la vida
por el bien del pueblo que se gobierna; no basta con apartarse de
cuantos cuidados exigen la familia y la hacienda propias. Hay que
llegar a más: el despego de toda recompensa, incluso de aquella que
consiste en el público aplauso.
Dios quiso hacer del oficio de gobernante uno escogido entre los escogidos. Por eso, sin duda, permitió que los más ilustres directores de pueblos recogieran amarga cosecha de ingratitudes. Tal fue la mayor señal de privilegio que pudo otorgarles: privar a su misión de todo regalo humano; dejarla en su calidad escueta y gloriosa de "deber".
La vocación de gobernante (la "pura" vocación de gobernante, no sus falsificaciones) sólo llama a los mejores espíritus. A los que, por adelantado, cuentan con que la injusticia será su galardón y lo aceptan abnegadamente.
Tendrá
motivo para dudar de contarse entre los elegidos quien no se sintiera
capaz de soportar en silencio, heroicamente, sobre todo durante la
adversidad, el clamoreo de los mediocres, el veneno de los
envidiosos, la ridícula ironía de los pedantes y el desparpajo
insolvente de todos aquellos que nunca sabrán lo que es llevar con
dignidad sobre los hombros el grave honor de las magistraturas.
¡No importa! En ese silencio heroico del gobernante caído se depura el alma y adquieren los ojos claridad para mirar más alto. El temporal martirio viene a ser la investidura de la Historia; nadie sin ella logrará que su nombre resuene ensalzado durante siglos. Es el purgatorio. Luego empieza la gloria para siempre.
JOSÉ ANTONIO PRIMO DE RIVERA.- La Nación, 12 de febrero de 1930
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