miércoles, 21 de mayo de 2014

¡¡¡Que paguen con su dinero!!!

Por su interés a nivel ciudadano, reproduzco aquí un artículo-denuncia sacado a la luz pública por el DiarioYA , el cual ha tenido acceso a unos informes internos que revelan cómo se llevan a cabo decenas de operaciones de cambio de sexo en el hospital La Paz de Madrid, pagadas por la sanidad pública. Estas intervenciones están causando problemas de conciencia, así como anécdotas desagradables, entre diferentes facultativos que han de atender a las personas que se someten a estas operaciones.

La estancia de los TIG (trastornos de identidad de género) en un hospital público es mucho más cómoda para ellos que para el resto de los ciudadanos. Concretamente, en el servicio de Urgencias, es casi habitual ver a otros enfermos hacinados en los pasillos de los boxes o durmiendo en un sillón dos o tres noches a la espera de cama libre en planta (el mal funcionamiento del servicio de Urgencias ha hecho que pidan traslado más de las tres cuartas partes de la plantilla). Un hospital, donde se han aplicado recortes importantes que afectan a los pacientes y repercuten en los profesionales, no tiene, sin embargo, inconveniente – ni moral ni económico- en seguir operando TIG.

En La Paz es casi obligatorio compartir habitación con una, dos, o tres pacientes más, todos hombres o todos mujeres. En más de una ocasión la auxiliar de turno, atendiendo a una determinada persona en habitación de mujeres, destapa a la paciente para ponerle la cuña y se lleva un susto al encontrarse algo tan inesperado como son unos atributos masculinos para estar en una habitación de mujeres y llamarse Mónica. Y es que , lo que ignoran el resto de enfermas de la habitación, es que la comparten con el que antes se llamaba Oscar.
En el informe al que hemos tenido acceso figuran operaciones como las siguientes: “Tig de mujer a varón. Mastectomia subcutánea bilateral”, en persona de 44 años, “Tig de varón a mujer. Penectomía orquidectomia vaginoplastia clitoroplastia” en persona de 35 años, “Tig de mujer a varón. Fistula uretral uretroplastia”, en persona de 38 años. Como en muchos casos las operaciones no salen bien del todo o el paciente no queda satisfecho, la Sanidad Pública ha de pagar los arreglos posteriores. Así encontramos operaciones como “corrección de clítoris y exceso labios mayores”, “corrección secuelas vaginoplastia, corrección fistula-recto-neo vaginal”, “corrección cicatrices” o “corrección de areolas y pezón”.
La discusión entre los facultativos está servida. Los hay que discuten con sus compañeros el por qué tener que tratar a estas personas si no son enfermos. Ante la explicación de que hay que tratarlos porque sí son enfermos, ya que están en un hospital, viene la siguiente deducción. 


Según nos cuentan, en más de una ocasión se ha escuchado que “Si son enfermos, habrá que tratarlos en otro departamento. Lo que estamos haciendo es como si quisiéramos curar a una persona que dice sentirse como un rey, como si lo fuera, y lo vestimos de rey, en lugar de tratarle psiquiátricamente”.
Estas deducciones se basan en los informes médicos que relatan las historias clínicas, aproximadamente en estos términos:
Varón de 35 años, con fenotipo masculino que desde los 27 años se siente mujer, con costumbres, gestos, hábitos, inclinaciones, y modelos de mujer. Se remite a la Unidad de Psicología del Hospital Ramón y Cajal, y posteriormente a la de Psiquiatria. Tras pasar la fase preparatoria para su nueva identidad, se remite al Endocrino para hormonarla. Una vez superadas estas fases, es enviada al Hospital La Paz para iniciar el proceso quirúrgico de readaptación física mediante diversas operaciones.
Los carísimos tratamientos empiezan en el hospital Ramón y Cajal, con sesiones hormonales. Una vez recibida la dosis hormonal, La Paz les espera para la intervención quirúrgica. Posteriormente, el tratamiento hormonal ha de continuar prácticamente durante el resto de sus vidas. Y todo a costa de los impuestos de los madrileños.
Los TIG se basan en sentimientos (“se siente mujer, se siente hombre”), no en alteraciones objetivas verificables como podrían ser casos de hermafroditismo o enfermedad de Morris.

Y es que el “género” es una cuestión gramatical (masculino o femenino). No tiene que ver con los cromosomas. Si fuera un trastorno de identidad de cromosomas, sería muy fácil diagnosticar, en cuanto tuvieran la determinación hecha para ver si el aparente varón es XY y la aparente mujer es XX. O al contrario.
Algunos cambios de sexo, hormonados ya, con el vello crecido y abundante en el torso (es decir un TIG mujer que quiere ser hombre) se somete a la mutilación de sus ovarios y útero (histerectomía) e ingresa en el edificio de Maternidad de La Paz. Es curioso y sorprendente para muchas enfermeras ir a preparar para quirófano una histerectomía y encontrarse una mujer tan peluda y de gestos masculinos. Más adelante, pasan al Servicio de Cirugía Plástica y Urología.

Allí es casi todo a base amputaciones parciales o completas y complicadas remodelaciones para dejarlos lo más parecido posible a su deseo. Pero hay que recordar que “parecido” no es “lo mismo”.
Hombres que les cortan un trozo de pene y se lo repliegan para hacer un simulacro de labios mayores (genitales), vaginas artificiales, clítoris artificiales, prótesis mamarias en unos casos y en los otros amputaciones de mamas. No suelen quedar perfectos, claro, y entonces vuelven a “retocar el pezón o las areolas, el clítoris o el exceso de grosor de labios genitales”.

A veces hay que aplicarles tras la operación un dilatador para irle agrandando la presunta vagina, negándose a practicar esta aberración algunas enfermeras.
Un caso curioso del “refinamiento” que estos transexuales nos hacen tragar a los contribuyentes: operan a una mujer que quiere ser hombre. A los pocos días operan a su “pareja” de lo mismo: mujer que quiere ser hombre. Se deduce que las dos querían ser hombres pero por la razón que sea se apañan entre ellas con apariencia de hombres.

Intente usted que la Seguridad Social le pague las gafas del niño, la prótesis dental del abuelo, el implante, el audífono o los pañales de ancianos, (que hasta un tanto por ciento ha de aportar el pensionista más viejo y pobre de España). Todo eso lo pagamos de nuestro bolsillo y son necesidades básicas. Los TIG no pagan un duro.

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