Por
su interés a nivel ciudadano, reproduzco aquí un artículo-denuncia
sacado a la luz pública por el DiarioYA , el cual ha tenido acceso a
unos informes internos que revelan cómo se
llevan a cabo decenas de operaciones de cambio de sexo en el hospital
La Paz de Madrid, pagadas por la sanidad pública. Estas
intervenciones están causando problemas de conciencia, así como
anécdotas desagradables, entre diferentes facultativos que han de
atender a las personas que se someten a estas operaciones.
La
estancia de los TIG (trastornos de identidad
de género) en un hospital público es mucho más cómoda
para ellos que para el resto de los ciudadanos. Concretamente, en el
servicio de Urgencias, es casi habitual ver a otros enfermos
hacinados en los pasillos de los boxes o durmiendo en un sillón dos
o tres noches a la espera de cama libre en planta (el mal
funcionamiento del servicio de Urgencias ha hecho que pidan traslado
más de las tres cuartas partes de la plantilla). Un hospital, donde
se han aplicado recortes importantes que afectan a los pacientes y
repercuten en los profesionales, no tiene, sin embargo, inconveniente
– ni moral ni económico- en seguir operando TIG.
En
La Paz es casi obligatorio compartir habitación con una, dos, o tres
pacientes más, todos hombres o todos mujeres. En más de una ocasión
la auxiliar de turno, atendiendo a una determinada persona en
habitación de mujeres, destapa a la paciente para ponerle la cuña
y se lleva un susto al encontrarse algo tan inesperado como son unos
atributos masculinos para estar en una habitación de mujeres y
llamarse Mónica. Y es que , lo que ignoran el resto de enfermas de
la habitación, es que la comparten con el que antes se llamaba
Oscar.
En
el informe al que hemos tenido acceso figuran operaciones como las
siguientes: “Tig de mujer a varón. Mastectomia subcutánea
bilateral”, en persona de 44 años, “Tig de varón a mujer.
Penectomía orquidectomia vaginoplastia clitoroplastia” en persona
de 35 años, “Tig de mujer a varón. Fistula uretral
uretroplastia”, en persona de 38 años. Como
en muchos casos las operaciones no salen bien del todo o el paciente
no queda satisfecho, la Sanidad Pública ha de pagar los arreglos
posteriores. Así encontramos operaciones como “corrección
de clítoris y exceso labios mayores”, “corrección secuelas
vaginoplastia, corrección fistula-recto-neo vaginal”, “corrección
cicatrices” o “corrección de areolas y pezón”.
La
discusión entre los facultativos está servida. Los hay que discuten
con sus compañeros el por qué tener que tratar a estas personas
si no son enfermos. Ante la explicación de que hay que tratarlos
porque sí son enfermos, ya que están en un hospital, viene la
siguiente deducción.
Según nos cuentan, en más de una ocasión se
ha escuchado que “Si son enfermos, habrá
que tratarlos en otro departamento. Lo que estamos haciendo es como
si quisiéramos curar a una persona que dice sentirse como un rey,
como si lo fuera, y lo vestimos de rey, en
lugar de tratarle psiquiátricamente”.
Estas
deducciones se basan en los informes médicos que relatan las
historias clínicas, aproximadamente en estos términos:
Varón
de 35 años, con fenotipo masculino que desde los 27 años se siente
mujer, con costumbres, gestos, hábitos, inclinaciones, y modelos de
mujer. Se remite a la Unidad de Psicología del Hospital Ramón y
Cajal, y posteriormente a la de Psiquiatria. Tras pasar la fase
preparatoria para su nueva identidad, se remite al Endocrino para
hormonarla. Una vez superadas estas fases, es enviada al Hospital La
Paz para iniciar el proceso quirúrgico de readaptación física
mediante diversas operaciones.
Los
carísimos tratamientos empiezan en el hospital Ramón y Cajal, con
sesiones hormonales. Una vez recibida la dosis hormonal, La Paz les
espera para la intervención quirúrgica. Posteriormente, el
tratamiento hormonal ha de continuar prácticamente durante el resto
de sus vidas. Y todo a costa de los impuestos de los madrileños.
Los
TIG se basan en sentimientos (“se siente mujer, se siente hombre”),
no en alteraciones objetivas verificables como podrían ser casos de
hermafroditismo o enfermedad de Morris.
Y
es que el “género” es una cuestión gramatical (masculino o
femenino). No tiene que ver con los cromosomas. Si fuera un trastorno
de identidad de cromosomas, sería muy fácil diagnosticar, en cuanto
tuvieran la determinación hecha para ver si el aparente varón es XY
y la aparente mujer es XX. O al contrario.
Algunos
cambios de sexo, hormonados ya, con el vello crecido y abundante en
el torso (es decir un TIG mujer que quiere ser hombre) se somete a la
mutilación de sus ovarios y útero (histerectomía) e ingresa en el
edificio de Maternidad de La Paz. Es curioso y sorprendente para
muchas enfermeras ir a preparar para quirófano una histerectomía y
encontrarse una mujer tan peluda y de gestos masculinos. Más
adelante, pasan al Servicio de Cirugía Plástica y Urología.
Allí
es casi todo a base amputaciones parciales o completas y complicadas
remodelaciones para dejarlos lo más parecido posible a su deseo.
Pero hay que recordar que “parecido” no es “lo mismo”.
Hombres
que les cortan un trozo de pene y se lo repliegan para hacer un
simulacro de labios mayores (genitales), vaginas artificiales,
clítoris artificiales, prótesis mamarias en unos casos y en los
otros amputaciones de mamas. No suelen quedar perfectos, claro, y
entonces vuelven a “retocar el pezón o las areolas, el clítoris o
el exceso de grosor de labios genitales”.
A
veces hay que aplicarles tras la operación un dilatador para irle
agrandando la presunta vagina, negándose a practicar esta aberración
algunas enfermeras.
Un
caso curioso del “refinamiento” que estos transexuales nos hacen
tragar a los contribuyentes: operan a una mujer que quiere ser
hombre. A los pocos días operan a su “pareja” de lo mismo: mujer
que quiere ser hombre. Se deduce que las dos querían ser hombres
pero por la razón que sea se apañan entre ellas con apariencia de
hombres.
Intente
usted que la Seguridad Social le pague las gafas del niño, la
prótesis dental del abuelo, el implante, el audífono o los pañales
de ancianos, (que hasta un tanto por ciento ha de aportar el
pensionista más viejo y pobre de España). Todo eso lo pagamos de
nuestro bolsillo y son necesidades básicas. Los TIG no pagan un
duro.