Ahora nos encontramos en una situación parecida o peor. Zapatero, Rubalcaba y sus correligionarios han dejado vacía la despensa del Estado: desde 2004, el número de parados ha aumentado en más de dos millones, la deuda pública se ha duplicado, nuestras cajas de ahorros se encuentran desprovistas de capital, nuestra Seguridad Social vuelve a padecer un déficit de facto y la sanidad acumula unos pasivos ocultos de más de 15.000 millones. Algunas estimaciones conservadoras sostienen que Zapatero nos ha costado directamente a todos los españoles medio billón de euros, más de 11.000 euros por ciudadano
Y en medio de toda esta ruina, Rubalcaba y su equipo, principales responsables de la misma catástrofe, sólo saben acusar a la derecha de querer rebajar el sueldo a los funcionarios y las pensiones a los jubilados, de buscar introducir el copago, de desear despedir a profesores y, en definitiva, de ansiar enterrar el Estado de bienestar.
Hay que ser muy desvergonzado para, después de acometer los mayores recortes sociales de nuestra democracia y después de condenar al desempleo estructural a una generación entera de jóvenes, acusar a los demás de los defectos propios.
No, el miedo no debemos tenérselo a una derecha cuyo único propósito es que España vuelva a ser un país donde las empresas ganen dinero y donde todos los trabajadores encuentren un empleo de calidad.
El miedo deberíamos tenérselo a una izquierda sin escrúpulos, que ha preferido arruinar a un país entero antes que dar su brazo a torcer. El miedo deberíamos tenérselo a esa izquierda rencorosa, irresponsable e inutil, cuya razón de ser está sostenida por un fanatismo suicida, responsable de la actual situación en la que se encuentra nuestra nación.
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