Las economías populares, dependen cada vez más de los precios chinos para poder subsistir.
El éxito de los productos chinos, está cimentado en una competencia desleal basada en la injusticia social, la inseguridad jurídica y la más absoluta falta de libertad.
Si las empresas chinas tuviesen que respetar leyes medioambientales y laborales como las nuestras, o similares controles de calidad, seguridad o sanidad a las que se someten nuestros productos, no podrían exportar tan barato.
Las comunidades chinas, se han convertido en un factor desestabilizador de nuestra economía, contribuyendo a debilitar nuestro tejido industrial y comercial actuando al margen de nuestras leyes y costumbres e incluso influyendo para que nuestra legislación sea más flexible para adaptarse a sus exigencias.
Muchas empresas occidentales, incluyendo las españolas, se han trasladado desde Europa y los Estados Unidos a China, deslocalizando los medios de producción, el capital, la tecnología y unos pocos puestos de trabajo especializado, para fabricar los mismos productos a precios mucho más bajos (“competitivos” dirían los expertos) y desde allí venderlos a todo el mundo, paradógicamente, también a los obreros que han perdido sus empleos beneficiando a las empresas que les han dejado sin trabajo.
Mientras tanto nuestros países, entre ellos España, van quedandose sin industria y miles de familias pierden sus empleos y se empobrecen, mientras la clase dirigente mira para otro lado sin hacer lo más mínimo para evitarlo. Eso sí, todo en nombre del libre mercado, esa especie de dios laico cuya mano invisible todo lo regula.
Esta es la realidad de China y la influencia que ejerce sobre nosotros, de ahí que no nos podamos permitir el lujo de seguir manteniendo esta clase política dirigente tan mediocre, débil y ajena al interés nacional que nos está arruinando en lo personal y en lo colectivo.
En el país más poblado del mundo, en el que sigue campando a sus anchas la bandera de la Hoz y el Martillo, millones de chinos estan esperando la enfermedad del compañero para poder ocupar su lugar de trabajo, trabajando en condiciones de semiesclavitud, y carentes de una seguridad social digna.
Nuestros expertos en economía, sobre todo los encargados de la política económica, sentados en sus cómodos despachos, andan maravillados con el fenómeno chino, y en el colmo de la imbecilidad, alaban su competitividad y rápido crecimiento.
No es que sean tontos o no sepan la razón: ¡¡ Lo saben, y no son tontos !!, bastaría con imponer unos aranceles adecuados a la importación de productos chinos para que muchas empresas españolas volviesen a su actividad.
Esa es su gran traición y su gran pecado. Espero que el pueblo no lo olvide.
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