CARTA COLECTIVA DE LOS OBISPOS ESPAÑOLES
ABC de Sevilla del 10 de Agosto de 1937
Venerables Hermanos:
1.- Razón de este documento
Suelen los pueblos católicos ayudarse mutuamente en días de tribulación, en cumplimiento de la ley de caridad y fraternidad que une en un cuerpo místico a cuantos comulgamos en el pensamientoy amor de Jesucristo.Organo de este intercambio espiritual son los Obispos, a quienes puso el Espíritu Santo para regir la Iglesia de Dios. España, que pasa una de las más grandes tribulaciones de su Historia, ha recibido múltiples manifestaciones de afecto y condolencia del Episcopado católico extranjero, ya en mensajes colectivos, ya de muchos Obispos en particular. Y el Episcopado español, tan terriblemente probado en sus miembros,en sus sacerdotes y en sus iglesias, quiere hoy corresponder con este documento colectivo a la gran caridad que se nos ha manifestado de todos los puntos de ls tierra.
Nuestro pais sufre un transtorno profundo: no solo es una guerra civil cruentísima la que nos llena de tribulación; es una conmoción tremenda la que sacude los mismos cimientos de la vida social y ha puesto en peligro hasta nuestra existencia como nación. Vosotros lo habeis comprendido Venerables hermanos, y "vuestras palabras y vuestro corazón se nos han abierto", diremos con el Apostol, dejándonos ver las entrañas de vuestra caridad para con nuestra Patria querida. Que Dios os lo premie.
Pero con nuestra gratitud, Venerables Hermanos, debemos manifestaros nuestro dolor por el desconocimiento de la verdad de lo que en España ocurre. Es un hecho que nos consta por documentación copiosa, que el pensamiento de un gran sector de opinión extranjera está disociado de la realidad de los hechos ocurridos en nuestro pais. Causas de este desvarío podrían ser el espíritu anticristiano, que ha visto en la contienda de España una parida decisiva en pro o en contra de la Religión de Jesucristo y la civilización cristiana; la corriente opuesta de doctrinas politicas que aspiran a la egemonía del mundo; la labor tendenciosa de fuerzas internacionales ocultas; la antipatria, que se ha valido de españoles ilusos, que, amparándose en el nombre de católicos, han causado enorme daño a la verdadera España. Y lo que más nos duele es que una buena parte de la prensa católica extranjera haya contribuído a esta desviación mental que podría ser funesta para los sacratísimos intereses que se ventilan en nuestra Patria.
Casi todos los Obispos que suscribimos esta Carta, hemos procurado dar a su tiempo la nota justa del sentido de la guerra. Agradecemos a la prensa católica extranjera el haber hecho suya la verdad de nuestras declaraciones, como lamentamos que algunos periódicos y revistas, que debieron ser ejemplo de respeto y acatamiento a la voz de los Prelados de la Iglesia, las hayan combatido o tergiversado.
Ello obliga al Episcopado español a dirigirse colectivamente a los Hermanos de todo el mundo, con el único propósito de que resplandezca la verdad, oscurecida por ligereza o por malicia, y nos ayude a difundirla. Se trata de un punto gravísimo, en que se conjugan, no los intereses políticos de una nación, sino los mismos fundamentos providenciales de la vida social ; la Religión, la Justicia, la autoridad y la libertad de los ciudadanos.
Cumplimos con ello con nuestro oficio pastoral- que importa ante todo el magisterio de la verdad- con un triple deber de religión, de patriotismo y de humanidad. De religión, porque, testigos de las grandes prevaricaciones y heroismos que han tenido por escena nuestro país, podemos ofrecer al mundo lecciones y ejemplos que caen dentro de nuestro ministeio episcopal y que habrán de ser provechosos a todo el mundo; de patriotismo, porque el Obispo es el primer obligado a defender el buen nombre de su Patria, terra patrum, por cuanto fueron nuestros venerables predecesores los que formaron la nuestra, tan cristiana como es,"engendrando a sus hijos para Jesucristro por la predicación del Evangelio" ; de humanidad, porque, ya que Dios ha permitido que fuese nuestro país el lugar de experimentación de ideas y procedimientos que aspiran a conquistar el mundo, quisiéramos que el daño se redujese al ámbito de nuestra Patria y se salvaran de la ruina las demás naciones.
2.- Naturaleza de esta carta
Este documento, no será la demostración de una tesis, sino la simple exposición, a grandes lineas, de los hechos que caracterizan nuestra guerra y la dan su fisonomía histórica. La guerra de España, es producto de la pugna de ideologías irreconciliables; en sus mismos orígenes, se hallan envueltas gravísimas cuestiones de orden moral y jurídico, religioso e histórico. No sería dificil el desarrollo de puntos fundamentales de doctrina aplicada a nuestro momento actual. Se han hecho yá copiosamente, hasta por algunos hermanos que suscriben esta carta. Pero estamos en en tiempo de positivismo calculador y frío, y, especialmente, cuando se trata de hechos de tal relieve histórico como se han producido en esta guerra, lo que se quiere -se nos ha requerido cien veces desde el extranjero en este sentido- son hechos vivos y palpitantes que por afirmación o contraposición,den la verdad simple y justa.
Por eso tiene este escrito un carácter asertivo y categórico de orden empírico. Y ello en sus dos aspectos; el de juicio que solidariamente formulamos sobre la estimación per oppositum , con que deshacemos, con toda claridad, las afirmaciones falsas o las interpretaciones torcidas con que haya podido falsearse la historia de este año de vida de España.
3.- Nuestra posición ante la guerra
Conste antes que todo, ya que la guerra pudo preveerse desde que se atacó ruda e inconsideradamente al espíritu nacional, que el Episcopado español ha dado, desde el año 1931, altísimos ejemplos de prudencia apostólica y ciudadana. Ajustándose a la tradición de la Iglesia y siguiendo las normas de la Santa Sede, se puso resueltamente al lado de los poderes constituidos, con quienes se esforzó en colaborar para el bien común. Y a pesar de los repetidos agravios a personas, bienes y derechos de la Iglesia, no rompió su propósito de no alterar el régimen de concordia de tiempo atrás establecido. Etiam dyscolis. A los vejámenes, respondimos siempre con el ejemplo de la sumisión leal en lo que podíamos; con la protesta grave, razonada y apostólica cuando debíamos; con la exortación sincera que hicimos reiteradamente a nuestro pueblo católico a la sumisión legítima, a la oración, a la paciencia y a la paz. Y el pueblo católico nos secundó, siendo nuestra intervención valioso factor de concordia nacional en momentos de honda conmoción social y política.
Al estallar la guerra hemos lamentado el doloroso hecho, más que nadie, porque élla es siempre un mal gravísimo, que muchas veces no compensan bienes problemáticos, y porque nuestra misión es de reconciliación y de paz; et in terra pax. Desde sus comienzos hemos tenido las manos levantadas al cielo para que cese. Y en estos momentos repetimos las palabras de Pío XI cuando el recelo mútuo de las grandes potencias iba a desencadenar otra guerra sobre Europa: "Nos invocamos la paz, bendecimos la paz, rogamos por la paz". Dios nos es testigo de los esfuerzos que hemos hecho para aminorar los estragoa que siempre son su cortejo.
Con nuestros votos de paz, juntamos nuestro perdón generoso para nuestros perseguidores y nuestros sentimientos de caridad para todos. Y decimos sobre los campos de batalla y a nuestros hijos de uno y otro bando las palabras del Apostol: "El Señor sabe cuanto os amamos a todos en las entrañas de Jesucristo".
Pero la paz es la "tranquilidad del orden divino, nacional, social e individual, que asegura a cada cual su lugar y le dá lo que le es debido, colocando la gloria de Dios en la cumbre de todos los deberes y haciendo derivar de su amor el servicio fraternal de todos". Y es tal la condición humana y tal el orden de la Providencia- sin que hasta ahora haya sido posible hallarle sustitutivo- que siendo la guerra uno de los azotes más tremendos de la humanidad, es a veces remedio heróico, único, para centrar las cosas en quicio de la justicia y volverlas al estado de la paz. Por eso la Iglesia, aun siendo hija del Príncipe de la Paz, bendice los emblemas de la guerra, ha fundado las Órdenes Militares y ha organizado Cruzadas contra los enemigos de la fé.
No es ese nuestro caso. La Iglesia no ha querido esta guerra ni la buscó, y no creemos necesario vindicarla de la nota de beligerantes con que en periódicos extranjeros se ha censurado a la Iglesia en España. Cierto que miles de hijos suyos, obedeciendo a los dictados de su conciencia y de su patriotismo, y bajo su responsabilidad personal, se alzaron en armas para salvar los principios de religión y de justicia cristianas que secularmente habían informado la vida de la nación; pero quien la acuse de haber provocado la guerra, o de haber conspirado para ella, y aun de no haber hecho cuanto en su mano estuvo para evitarla, desconoce o falsea la realidad.
Esta es la posición del Episcopado español, de la Iglesia española, frente a la guerra actual. Se la vejó y persiguió antes de que estallara; ha sido víctima principal de la furia de una de las partes contendientes y no ha cesado de trabajar, con su plegaria, con sus exhortaciones, con su influencia para aminorar sus daños y abreviar los días de prueba.
Y si hoy, colectivamente, formulamos nuestro veredicto en la cuestión complejísima de la guerra de España,es, primero, porque aun cuando la guerra fuese de carácter político o social, ha sido tan grave su repercusión de orden religioso, y ha aparecido tan claro, desde sus comienzos, que una de las partes beligerantes iba a la eliminación de la religión católica en España que nosotros, Obispos católicos, no podíamos inhibirnos sin dejar abandonados los intereses de Nuestro Señor Jesucristo, sin incurrir en el tremendo apelativo de canes muti con que el Profeta censura a quienes debiendo hablar, callan ante la injusticia; y luego porque la posición de la Iglesia española ante la lucha, es decir, del Episcopado español, ha sido torcidamente interpretado en el extranjero; mientras un político muy destacado, en una revista católica extranjera la achaca poco menos que a la ofuscación mental de los Arzobispos españoles, a los que califica de ancianos que deben cuanto son al régimen monárquico y que han arrastrado por razones de disciplina y obediencia a los demás Obispos en un sentido favorable al movimiento nacional, otros nos acusan de temerarios al exponer a las contingencias de un régimen absorbente y tiránico el orden espiritual de la Iglesia, cuya libertad tenemos obligación de defender.
No; esta libertad la reclamamos ante todo para el ejercicio de nuestro ministerio;de ella arrancan todas las libertades que vindicamos para la Iglesia. Y en virtud de ella, no nos hemos atado con nadie -personas, poderes o instituciones- aun cuando agradezcamos el amparo de quienes han podido librarnos del enemigo que quiso perdernos, y estamos dispuestos a colaborar, como Obispos y españoles, con quienes se esfuercen en reinstaurar en España un régimen de paz y de justicia. Ningun poder político podrá decir que nos hayamos apartado de esta línea en ningún tiempo.
4.- El quinquenio que precedió a la guerra
Afirmamos, ante todo, que esta guerra la ha acarreado la temeridad, los errores, tal vez la malicia o la cobardía de quienes hubiesen podido evitarla, gobernando la nación según justicia.
Dejando otras causas de menor eficiencia, fueron los legisladores de 1931, y luego el poder ejecutivo del Estado con sus prácticas de Gobierno, los que se empeñaron en torcer brúscamente la ruta de nuestra Historia en un sentido totalmente contrario a la naturaleza y exigencias del espíritu nacional, y especialmente opuesto al sentido religioso predominante en el país. La Constitución y las leyes laicas que desarrollaron sus espíritus, fueron un ataque violento y continuado a la conciencia nacional. Anulados los derechos de Dios y vejada la Iglesia, en lo que tiene de más sustantivo la vida social, que es la Religión. El pueblo español, que en su mayor parte mantenía viva la fé de sus mayores, recibió con paciencia invicta, los reiterados agravios hechos a su conciencia por leyes inícuas; pero la temeridad de sus gobernantes, había puesto en el alma nacional, junto con el agravio, un factor de repudio y de protesta contra un poder social que había faltado a la justicia más fundamental, que es la que se debe a Dios y a la conciencia de los ciudadanos.
Junto con ello, la autoridad, en múltiples y graves ocasiones, resignaba en la plebe sus poderes. Los incendios de los templos en Madrid y provincias, en mayo e 1931; las revueltas de octubre de 1934, especialmente en Cataluña y Asturias, donde reinó la anarquía durante dos semanas; el período turbulento que corre de febrero a julio de 1936, durante el cual fueron destruídas o profanadas 411 iglesias y se cometieron cerca de 3000 atentados graves de carácter político y social, presagiaban la ruina total de la autoridad pública, que se vió sucumbir con frecuencia a la fuerza de poderes ocultos que mediatizaban sus funciones.
Nuestro régimen político de libertad democrática se desquició, por arbitrariedades de la autoridad del Estado y por coacción popular, constituyendo una máquina política en pugna con la mayoría de la nación, dándose el caso,en las últimas elecciones parlamentarias, febrero de 1936, de que con más de medio millón de votos de exceso sobre las izquierdas, obtuviesen las derechas 118 diputados menos que el frente popular, por haberse anulado caprichosamente las actas de provincias enteras, viciándose así en su origen la legitimidad del Parlamento.
Y a medida que se descomponía nuestro pueblo por la relajación de los vínculos sociales y se desangraba nuestra economía y se alteraba sin tino el ritmo del trabajo y se debilitaba maliciosamente la fuerza de las instituciones de defensa social, otro pueblo poderoso, Rusia, empalmando con los comunistas de acá, por medio del teatro y el cine, con ritos y costumbres exóticas, por la fascinación intelectual y el soborno material, preparaba el espíritu popular para el estallido de la revolución, que se señalaba casi a plazo fijo.
El 27 de febrero de 1936, a raiz del triunfo del Frente Popular, el Komintern ruso decretaba la revolución española y la financiaba con exorbitantes cantidades. El 1 de mayo siguiente, centenares de jóvenes postulaban públicamente en Madrid "para bombas y pistolas, pólvora y dinamita para la rpóxima revolución". El 16 del mismo mes, se reunían en la Casa del Pueblo de Valencia representantes de la U.R.R.S con delegados españoles de la III Internacional resolviendo en el noveno de sus acuerdos : "Encargar a uno de los radios de Madrid, el designado con el número 25, integrado por agentes de policía en activo, la eliminación de los personajes políticos y militares destinados a jugar un papel de interés en la contrarevolución". Entre tanto, desde Madrid a las aldeas más remotas, aprendían las milicias revolucionarias la instrucción militar y se les armaba copiosamente hasta el punto de que, al estallar la guerra, contaban con 150.000 soldados de asalto y 100.000 de resistencia.
Os parecerá, Venerables Hermanos, impropia de un documento episcopal la enumeración de estos hechos. Hemos querido sustituirlos a las razones de derecho político que pudiesen justificar un movimiento nacional de resistencia. Sin Dios, que debe estar en el fundamento y a la cima de la vida social; sin autoridad, a la que nada puede sustituir en sus funciones de creadora del orden y mantenedora del derecho ciudadano; con la fuerza mateial al servicio de los sin Dios ni conciencia, manejados por agentes poderosos de orden internacional, España debía deslizarse hacia la anarquía, que es lo contrario el bien común y de la justicia y orden social. Aquí han venido a parar las regiones españolas en que la revolución maxista ha seguido su curso inicial.
Estos son los hechos. Cotéjense con la doctrina de Santo Tomás sobre el derecho a la resistencia defensiva por la fuerza, y falle cada cual en justo juicio. Nadie podrá negar que, al estallar el conflicto,la misma existencia del bien común-la religión, la justicia, la paz- estaba gravemente comprometida, y que el conjunto de las autoridades sociales y de los hombres prudentes que constituyen el pueblo en su organización natural y en sus mejores elementos, reconocían el público peligro. Cuando a la tercera condición que requiere el Angélico, de la convicción de los hombres prudentes sobre la probabilidad del éxito, la dejamos al juicio de la Historia: los hechos, hasta ahora no le son contrarios.
Respondemos a un reparo, que una revista extranjera concreta al hecho de los sacerdotes asesinados y que podría extenderse a todos los que constituyen este inmenso transtorno social que ha sufrido España. Se refiere a la posibilidad de que de no haberse producido el alzamiento, no se hubiese alterado la paz pública: "A pesar de los desmanes de los rojos-leemos-queda en pié la verdad de que si Franco no se hubiese alzado, los centenares o millares de sacedotes que han sido asesinados hubiesen conservado la vida y hubiesen continuado haciendo en las almas la obra de Dios". No podemos suscribir esta afirmación, testigos que somos de la situación de España al estallar el conflicto. La verdad es lo contrario; porque es cosa documentalmente probada que en el minucioso proyecto de la revolución marxista que se gestaba, y que había estallado en todo el país, si en gran parte de él no lo hubiese impedido el movimiento cívico-militar, estaba ordenado el exterminio del clero católico, como el de los derechistas calificados; como la sovietización de las industrias y la implantación del comunismo. Era por enero último cuando un dirigente anarquista decía al mundo por radio:"Hay que decir las cosas tal y como son, y la verdad no es otra que la de que los militares se nos adelantaron para evitar que llegáramos a desencadenar la revolución.
Quede pues asentado,como primera afirmación de este escrito que un quinquenio de contínuos atropellos de los súbditos españoles en el orden religioso y social puso en gravísimo peligro la existencia misma del bien público y produjo enorme tensión en el espíritu del pueblo español; que estaba en la conciencia nacional que agotados ya los medios legales, no había mas recurso que el de la fuerza para sostener el orden y la paz; que poderes extraños a la autoridad tenida por legítima decidieron subvertir el orden costituído e implantar violentamente el comunismo; y por fin, que por lógica fatal de los hechos, no le quedaba a España más que esta alternativa: o sucumbir en la embestida definitiva del comunismo destructor, ya planeada y decretada, como ha ocurrido en las regiones donde no triunfó el movimiento nacional,o intentar, en esfuerzo titánico de resistencia, librarse del terrible enemigo y salvar los principios fundamentales de su vida social y de sus características nacionales.
El alzamiento miliar y la revolución comunista
El 18 de Julio del año pasado se realizó el alzamiento militar y estalló la guerra,que aun dura. Peo nótese, primeo, que la sublevación militar no se produjo, ya desde sus comienzos, sin colaboración con el pueblo sano, que se incorporó en grandes masas al movimiento, que por ello debe calificarse de cívico-militar; y segundo, que este movimiento y la revolución comunista son dos hechos que no pueden separarse, si se quiere enjuiciar debidamente la naturaleza de la guerra. Coincidentes en el mismo momento inicial del choque, marcan desde el principio la división profunda de las dos Españas que se batirán en el campos de batalla.
Aun hay más; el movimiento no se produjo sin que los que lo iniciaron intimaran previamente a los poderes públicos a oponerse con los recursos legales a la revolución marxista inminente. La tentativa fué ineficaz y estalló el conflicto, chocando las fuerzas cívico-militares desde el primer instante, no tanto con las fuerzas gubernamentales, que intentaran reducirlo, como con la furia desencadenada de unas milicias populares, que al amparo por lo menos de la pasividad gubernamental, encuadrándose en los mandos militares del Ejército y utilizando, a más del que ilegítimamente poseían, el armamente de los parques del Estado, se arrojaron como avalancha destructora contra todo lo que constituye un sostén de la sociedad.
Esta es la característica de la reacción obrada en el campo gubernamental contra el alzamiento cívico-militar. Es, ciertamente, un contraataque por parte de las fuerzas fieles al Gobierno; pero es, ante todo, una lucha encomandita con las fuerzas anárquicas que se sumaron a éllas, y que con éllas, pelearán juntas hasta el fín de la guerra. Rusia, lo sabe el mundo, se injertó en el Ejército gubernamental, tomando parte en sus mandos,y fué a fondo, aunque conservándose la apariencia de Gobierno del Frante Popular, a la implantación del régimen comunista por la subversión del orden social establecido. Al juzgar de la legitimidad del movimiento nacional no podrá prescindirse de la intervención por la parte contraria de estas "milicias anárquicas incontrolables"-es palabra de un ministro del Gobierno de Madrid-, cuyo poder hubiese prevalecido sobre la nación.
Y porque Dios es el más profundo cimiento de una sociedad bien ordenada- lo era la nación española- la revolución comunista, aliada de los ejércitos del Gobierno, fué sobre todo antidivina. Se cerraba así el ciclo de la legislación laica de la Constitución de 1931, con la destrucción de cuanto era cosa de Dios. Salvamos toda intervención personal de quienes no han militado conscientemente bajo este signo; solo trazamos la trayectoria general de los hechos.
Por esto se produjo en el alma nacional una reacción de tipo religioso, correspondiente a la acción nihiista y destructora de los sin Dios. Y España quedó dividida en dos grandes bandos mititantes; cada uno de ellos fue como el aglutinante de cada una de las dos tendencias profundamente populares; y a su rededor,y colaborando con éllos, polarizaron en forma de milicias voluntarias y de asistencia y servicios de retaguardia, las fuerzas opuestas que tenían dividida la nación.
La guerra es, pues, como un plebiscito armado. La lucha blanca de los comicios de febrero de 1936, en que la falta de conciencia política del Gobierno nacional dió arbitrariamente a las fuerzas revolucionarias un triunfo que no habían logrado en las urnas, se transformó,por la contienda cívico-militar en la lucha cruenta de un pueblo partido en dos tendencias; la espiritual, del lado de los sublevados, que salió a la defensa del orden, la paz social, la civilización tradicional y la Patria, y muy ostensiblemente en un gran sector para la defensa de la religión; y de la otra parte, la materialista, llámese marxista, comunista o anarquista, que quiso sustituir la vieja civilización de España, con todos sus factores, por la novísima "civilización" de los Soviets rusos.
Las ulteriores complicaciones de la guerra, no han variado mas que accidentalmente su carácter; el internacionalismo comunista ha corrido al territorio español en ayuda del Ejército y pueblo marxista; como por la natural exigencia de la defensa y de consideraciones de carácter internacional, han venido en ayuda de la España tradicional, armas y hombres de otros países extranjeros. Pero los núclos nacionales siguen igual, aunque la contienda, siendo profundamente popular, haya llegado a revestir caracteres de lucha internacional.
Por esto Observadores perspicaces han podido escribir estas palabras sobre nuestra guerra": "Es una carrera de velocidad entre el bolchevismo y la civilización cristirana", " Una etapa nueva, y tal vez decisiva, en la lucha entablada entre la Revolución y el Orden". "Una lucha internacional en un campo de batalla nacional; el comunismo libra en la Península una formidable batalla de la que depende la suerte de Europa".
No hemos hecho mas que un esbozo histórico del que deriva esta afirmación: El alzamiento cívico-militar fué en su origen un movimiento nacional de defensa de los principios fundamentales de toda sociedad civilizada; en su desarrollo lo ha sido contra la anarquía coaligada con las fuerzas al servicio de un Gobierno que no supo o no quiso tutelar aquellos principios.
Consecuencia de esta afirmacios son las siguientes:
Primera. Que la Iglesia, a pesar de sus espíritu de paz y de no haber querido la guerra ni haber colaborado en élla, no podía ser indiferente en la lucha; se lo impedían su doctrina y su espíritu, el sentido de conservación y la experiencia de Rusia. De una parte se suprimía a Dios, cuya obra a de realizar la Iglesia en el mundo y se causaba a la misma un daño inmenso, en persona, cosas y derechos, como tal vez no lo haya sufrido institución alguna en la Historia; de la otra,cualesquiera que fuesen los humanos defectos, estaba el esfuerzo por la conservación del viejo espíritu, español y cristiano.
Segunda. La Iglesia con ello no ha podido hacerse solidaria de conductas, tendencias o intenciones, que el presente o en el porvenir pudiesen desnaturalizar la noble fisonomía del movimiento nacional en su origen, manifestaciones y fines.
Tercera. Afirmamos que el levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo de la conciencia popular un doble arraigo; el del sentido patriótico, que ha visto en él la única manera de levantar España y evitar su ruina definitiva; y el sentido religioso, que lo considerá como la fuerza que debía reducir a la impotencia a los enemigoas de Dios, y como la garantía de la continuidad de su fé y de la práctica de la religión.
Cuarta. Hoy por hoy, no hay en España mas esperanza para reconquistar la justicia y la paz, y los bienes que de ellas se derivan, que el triunfo del movimiento nacional. Tal vez hoy menos que en los comienzos de la guerra, porque el bando contrario, a pesar de todos los esfuerzos de sus hombres de Gobierno, no ofrece garantías de estabilidad y política social.
Caracteres de la revolución comunista
Puesta en marcha la revolución comunista, conviene puntualizar sus caracteres. Nos ceñimos a las siguientes afirmaciones, que derivan de estudios plenamente comprobados, muchos de los cuales constan en informaciones de toda garantía, descriptivas y gráficas, que tenemos a la vista.Notamos que apenas hay información debidamente autorizada mas que del territorio liberado del dominio comunista. Quedan todavía bajo las armas del Ejército rojo, en todo o parte,varias provincias; se tiene aún, escaso conocimiento de los desmanes cometidos en éllas, los más copiosas y graves.
Enjuiciando globalmente los excesos de la revolución comunista española, afirmamos que en la historia de los pueblos occidentales, no se conoce un fenómeno igual de vesanía colectiva, ni un cúmulo semejante, producido en pocas semanas, de atentados cometidos contra los derechos fundamentales de Dios, de la sociedad y de la persona humana. Ni sería fácil, recogiendo los hechos análogos y ajustando sus trazos característicos para la composición de figuras de crimen, hallar en la Historia, una época o un pùeblo que pudiera ofrecernos tales y tantas aberraciones.Hacemos historia, sin interpretaciones de carácter psicológico parcial, que reclamarían particular estudio, la revolución anáquica ha sido " excepcional en la Historia".
Añadimos que la hecatombe producida en personas y cosas por la revolución comunista fué "premeditada". Poco antes de la revuelta, habían llegado de Rusia setenta y nueve agitadores especializados. La Comisión Nacional de Unificación Marxista, por los mismos días, ordenaba la constitución de las milicias revolucionarias en todos los pueblos. La destrucción de las iglesias o a lo menos, de su ajuar, fué sistemática y por series. En el breve espacio de un mes, se habían inutulizado todos los templos para el culto. Ya en 1931, la Liga Atea tenía en su programa un artículo que decía: "Plebiscito sobre el destino que hay que dar a las iglesias y casas parroquiales"; y uno de los comités provinciales deba esta norma: " El local o locales destinados hasta ahora al culto,se destinarán a almacenes colectivos, mercados públicos, bibliotecas populares, casas de baños o higiene pública, etc, según convenga a las necesidades de cada pueblo". Para la eliminación de personas destacadas, que se consideraban enemigas de la revolución,se habían formado previamente las "listas negras". En algunas, y en primer lugar, figuraba el obispo. De los sacerdotes, decía un jefe comunista ante la actitud del pueblo que quería salvar a su párroco:"Tenemos orden de quitar toda su semilla".
Prueba elocuentísima de que la destrucción de los templos y la matanza de los sacerdotes, en forma totalitaria,fué cosa premeditada, es su número espantoso. Aunque son prematuras las cifras, contamos unas veintemil iglesias y capillas destruídas o totalmente saqueadas. Los sacerdotes asesinados, contando un promedio del 40 por ciento en las diócesis devastadas- en algunas llegan al ochenta por ciento- sumarán, solo el clero secular, unos seis mil. Se les cazó como perros; se les persiguió a través de los montes; fueron buscados con afán en todo escondrijo. Se les mató sin juicio las más de las veces, sobre la marcha, sin mas razón que su oficio social.
Fué "cruelísima" la revolución.Las formas de asesinato revistieron caracteres de barbarie horrenda.En su número, se calculan en número superior a trescientos mil, los seglares que han sucumbido asesinados, solo por sus ideas políticas y especialmente religiosas; en Madrid y en los tres meses primeros, fueron asesinados más de veintidos mil. Apenas hay pueblo en que no se haya eliminado a los más destacados derechistas. Por la falta de forma; sin acusación, sin pruebas, las más de las veces sin juicio.Por los vejámenes; a muchos se le han amputado los miembros o se les ha mutilado espantosamente antes de matarlos; se les han vaciado los ojos, cortado la lengua, abierto en canal, quemado o enterrado vivos, matado a hachazos. La crueldad máxima se ha ejercido con los ministros de Dios. Por respeto y caridad no queremos puntualizar más.
La revolución fué "inhumana". No se ha respetado el pudor de la mujer, ni aun la consagrada a Dios por los votos. Se han profanado las tumbas y cementerios. En el famoso monasterio de Ripoll se han destruído los sepulcros, entre los que había el de Vifredo el Velloso, conquistador de Cataluña, y el del obispo Morgades, restaurador del célebre cenobio. En Vich, se ha profanado la tumba del gran Balmes y leemos que se ha jugado al futbol con el cráneo del gran obispo Torras y Bages. En Madrid, y en el cementerio viejo de Huesca se han habierto centenares de tumbas para despojar a los cadáveres del oro de sus dientes o de sus sortijas. Algunas formas de martirio suponen la subversión o supresión del sentido de humanidad.
La revolución fué "bárbara", en cuanto destruyó la obra de civilización de siglos. Destruyó millares de obras de arte, muchas de éllas de fama universal. Saqueó e incendió los archivos, imposibilizando la rebusca histórica y la prueba instrumental de los hechos de orden jurídico y social. Quedan centenares de telas pictóricas acuchilladas, de esculturas mutiladas, de maravillas arquitectónicas para siempre deshechas. Podemos decir que el caudal de arte, sobre todo religioso, acumulado en siglos, ha sido estúpidamente destrozado por los comunistas. Hasta el Arco de Bará, en Tarragona, obra romana que había visto veinte siglos, llevó la dinamita su acción destructora. Las famosas colecciones de arte de la Catedral de Toledo, del Palacio de Liria, del Museo del Prado, han sido torpemente expoliadas. Numerosas bibliotecas han desaparecido. Ninguna guerra, ninguna invasión bárbara,niguna conmoción social, en ningún siglo, ha causado en España ruina semejante a la actual, juntándose para ello factores de que no se dispuso en ningun tiempo; una organización sabia, puesta al servicio de un terrible propósito de aniquilamiento, concentrado contra las cosas de Dios, y los modernos medios de locomoción y destrucción al alcance de toda mano criminal.
Conculcó la revolución los más elementales principios del "derecho de gentes". Recuérdense las cárceles de Bilbao, donde fueron asesinados por las multitudes, en forma inhumana centenares de presos; las represalias cometidas en los rehenes custodiados en buques y prisiones, sin mas razón que un contratiempo de guerra; los asesinatos en masa, atados los infelices prisioneros e irrigados con el chorro de balas de las ametralladoras; el bombardeo de ciudades indefensas, sin objetivo militar.
La revolución fué esencialmente "antiespañola". La obra destructora se realizó al grito de "¡Viva Rusia!", a la sombra de la bandera internacional comunista. Las inscripciones murales, la apología de personajes forasteros, los mandos militares en manos de jefes rusos, el expolio de la nación a favor de extranjeros, el himno internacional comunista, son prueba sobrada del odio al espíritu nacional y al sentido de patria.
Pero sobre todo la revolución fué "anticristiana. No creemos que en la historia del cristianismo y en el espacio de unas semanas, se haya dado explosión semejante en todas las formas de pensamiento, de voluntad y de pasión, del odio contra Jesucristo y su religión sagrada. Tal ha sido el sacrílego estrago que ha sufrido la Iglesia en España, que el delegado de los rojos españoles enviado al Congreso de los sin Dios, en Moscú, pudo decir: " España ha superado en mucho la obra de los Soviets, por cuanto la Iglesia en España, ha sido completamente aniquilada".
Contamos los mártires a millares; su testimonio es una esperanza para nuestra pobre Patria; pero casi no hallaríamos en el Martirologio romano una forma de martirio no husada por el comunismo, sin exceptuar la crucifixión; y, en cambio, hay formas nuevas de tormento que han consentido la sustancias y máquinas modernas.
El odio a Jesucristo y a la Virgen ha llegado al paroxismo, y en los centenares de crucifijos acuchillados, en las imágenes de la Virgen bestialmente profanadas, en los pasquines de Bilbao, en que se blasfemaba sacrílegamente de la Madre de Dios; en la infame literatura de las trincheras rojas, en que se ridiculizaban los divinos misterios; en la reiterada profanación de las Sagradas Formas, podemos adivinar el odio del infierno, encarnado en nuestros infelices comunistas. "Tenía jurado vengarme de tí" -decía uno de ellos al Señor encerrado en el Sagrario-; y, encañonando la pistola disparó contra Él diciendo: "Ríndete a los rojos, ríndete al marxismo".
Ha sido espantosa la profanación de las Sagradas Reliquias : han sido destrozados o quemados los cuerpos de San Narciso, San Pascual Bailón, la beata Beatriz de Silva, San Bernardo Calvo y otros. Las formas de profanación son inverosímiles y casi no se conciben sin sugestión diabólica. Las campanas han sido destrozadas y fundidas. El culto completamente prohibido en territorio comunista, si se exceptúa una pequeña porción del Norte.Gran número de templos, entre ellos verdaderas joyas de arte,han sido totalmente arrasados; en esta obra inícua se ha obligado a trabajar a pobres sacerdotes. Famosas imágenes de veneración secular han desaparecido para siempre, destruídas o quemadas.. En muchas localidades, la autoridad ha obligado a los ciudadanos a entregar todos los objetos religiosos de su pertenencia para destruirlos públicamente: pondérese lo que esto representa en el orden del dercho natural, de los vínculos de familia y de la violencia hecha a la conciencia cristiana.
No seguimos, Venerables Hermanos, en la crítica de la actuación comunista en nuestra Patria y dejamos a la Historia la fiel narración de los hechos en ella acontecidos. Si se nos acusara de haber señalado de forma tan cruda estos estigmas de nuestra revolución, nos justificaríamos con el ejemplo de San Pablo que no duda en vindicar con palabras tremendas la memoria de los profetas de Israel y que tiene durísimos calificativos para los enemigos de Dios, o con el de nuestro Santísimo Padre, que en su Encíclica sobre el comunismo ateo habla de "una destrucción tan espantosa, llevada a cabo en España, con un odio, una barbarie y una ferocidad que no se hubiese creído posible en nuestro siglo".
Reiteramos nuestra palabra de perdón para todos y nuestro propósito de hacerles el bien máximo que podamos.Y cerramos este párrafo con estas palabras del Informe Oficial sobre las concurrencias de la revolución en sus tres primeros meses: "No se culpe al pueblo español de otra cosa mas que de haber servido de instrumento para la perpetración de estos delitos...". Este odio a la religión y a las tradiciones patrias de las que eran exponente y demostración tantas cosas para siempre perdidas,"llegó de Rusia, exportado por orientales de espíritu perverso". En descargo de tantas víctimas alucinadas por "doctrinas de demonios", digamos que al morir, sancionados por la ley, nuestros comunistas se han reconciliado con el Dios de sus padres. En Mallorca, han muerto impenitentes solo un dos por ciento; en las regiones del Sur no más de un veinte por ciento, y en las del Norte, no llegan tal vez al diez por ciento. Es una prueba del engaño de que ha sido víctima nuestro pueblo.
7.- El movimiento nacional; sus caracteres
Demos ahora un esbozo del carácter del movimiento llamado "nacional". Creemos justa esta denominación. Primero,por su espíritu; porque la nación española estaba disociada, en su inmensa mayoría de una situación estatal que no supo encarnar sus profundas necesidades y aspiraciones, y el movimiento fue aceptado como una esperanza en toda la nación; en las regiones no liberadas sólo espera romper la coraza de las fuerzas comunistas que le oprimen. Es también nacional por su objetivo, por cuanto tiende a salvar y sostener para lo futuro,las esencias de un pueblo organizado en un Estado que sepa continuar dignamente su historia. Expresamos una realidad y un anheno general de los ciudadanos españoles; no indicamos los medios para realizarlo.
El movimiento ha movilizado el sentido de Patria, contra el exotismo de las fuerzas que le son contrarias. La Patria implica una paternidad; es el ambiente moral, como de una familia dilatada, en que logra el ciudadano su desarrollo total; y el movimiento nacional ha determinado una corriente de amor que se ha concentrado alrededor del nombre y la sustancia histórica de España, con aversión de los elementos forasteros que nos acarrearon la ruina. Y como el amor patrio cuando se ha sobrenaturalizado por el amos de Jesucristo, nuestro Dios y Señor, toca las cumbres de la caridad cristiana, hemos visto una explosión de verdadera caridad que ha tenido su expresión máxima en la sangre de millares de españoles que la han dado al grito de "¡ Viva España!" "¡ Viva Cristo Rey".
Dentro del movimiento nacional se ha producido el fenómeno maravilloso del martirio -verdadero martirio como ha dicho el Papa- de millares de españoles, sacerdotes, religiosos y seglares; y este testimonio de sangre deberá condicionar en lo futuro, so pena de inmensa responsabilidad política, la actuación de quienes, depuestas las armas, hayan de constituir el nuevo Estado en el sosiego de la paz.
El movimiento, ha garantizado el orden en el territorio por él dominado. Contraponemos la situación de regiones en que ha prevalecido el movimiento nacional, a las dominadas aun por los comunistas. De éstas, puede decirse la palabra del Sabio :"Ubi non est gobernator, dissipabitur pópulus"; sin sacerdotes, sin templos, sin culto, sin justicia, sin autoridad, son presa de terrible anarquía, del hambre y de la miseria. En cambio, en medio del esfuerzo y del dolor terrible de la guerra, las otras regiones viven en la tranquilidad del orden interno, bajo la tutela de una verdadera autoridad, que es el principio de la justicia, de la paz y del progreso que prometen la fecundidad de la vida social. Mientras en la España marxista se vive sin Dios, en las regiones indemnes o reconquistadas se celebra profusamente el culto divino y pululan y florecen nuevas manifestaciones de la vida cristiana.
esta situación, permite esperar un régimen de justicia y paz para el futuro. No queremos aventurar ningun presagio. Nuestros males son gravísimos. La relajación de los vínculos sociales; las costumbres de una política corrompida; el desconocimiento de los deberes ciudadanos; la escasa formación de una conciencia íntegramente católica; la división espiritualen orden a la solución de nuestros grandes problenas nacionales; la eliminación, por asesinato cruel, de millares de hombres selectos llamados por su estado y formación a la obra de la reconstrucción nacional; los odios y la escasez, que son secuelas de toda guerra civil; la ideología extranjera sobre el Estado, que tiende a descuajarle de la idea y de las influencias cristianas, serán dificultad enorme para hacer una España nueva, injertada en el tronco de nuestra vieja historia y vivificada por su savia. Pero tenemos la esperanza de que, imponiéndose con toda su fuerza el enorme sacrificio realizado, encontraremos otra vez nuestro verdadero espíritu nacional. Entramos en él paulatinamente, por una legislación en que predomina el sentido cristiano en la cultura, en la moral, en la justicia social y en el honor y culto que se debe a Dios. Quiera Dios ser en España el prime bien servido, condición esencial para que la nación sea verdaderamente bien servida.
8.- Se responde a unos reparos
No llenaríamos el fin de esta carta, venerables hermanos, si no respondiéramos a algunos reparos que se nos han hecho desde el extranjero.
Se ha acusado a la Iglesia de haberse defendido contra un movimiento popular, haciéndose fuerte en sus templos y siguiéndose de aquí la matanza de sacerdotes y la ruina de las iglesias. Decimos que nó. La irrupción contra los templos fué súbita, casi simultánea en todas las regiones, y coincidió con la matanza de sacerdotes. Los templos ardieron, porque eran casas de Dios, y los sacerdotes fueron sacrificados porque eran ministros de Dios. La prueba es copiosísima. La Iglesia no ha sido agresora. Fué la primera bienhechora del pueblo, inculcando la doctrina y fomentando las obras de justicia social. Ha sucumbido -donde ha dominado el comunismo anárquico- víctima inocente, pacífica, indefensa.
Nos requieren del extranjero para que digamos si es cierto que la Iglesia en España era propietaria del tercio del territorio nacional, y que el pueblo se ha levantado para librarse de su opresión. Es acusación ridícula.La Iglesia no poseía mas que pocas e insignificantes parcelas, casas sacerdotales y de educación, y hasta de esto se había incautado últimamente el Estado. Todo lo que posee la Iglesia en España, no llenaría la cuarta parte de sus necesidades y responde a sacratísimas obligaciones.
Se le imputa a la Iglesia, la nota de temeridad y partidismo al mezclarse en la contienda que tiene dividida a la nación. La Iglesia, se ha puesto siempre al lado de la justicia y de la paz, y ha colaborado con los poderes del Estado en cualquier situación al bien común. No se ha atacado a nadie, fuesen partidos, personas o tendencias. Situada por encima de todos y de todo, ha cumplido sus deberes de adoctrinar y exhortar a la caridad, sintiendo pena profunda por haber sido perseguida y repudiada por gran número de sus hijos extraviados. Apelamos a los copiosos escritos y hechos que abonan estas afirmaciones.
Se dice que la guerra es de clases, y que la Iglesia se ha puesto al lado de los ricos. Quienes conocen sus causas y naturaleza saben que no. Que aun reconociendo algún descuido en el cumplimiento de los deberes de justicia y caridad, que la Iglesia ha sido la primera en urgir, las clases trabajadoras estaban fuertemente protegidas por la ley, y la nación había entrado por el franco camino de una mejor distribución de la riqueza. La lucha de clases es más virulenta en otros países que en España. Precisamente en élla, se han librado de la guerra horrible gran parte de las regiones más pobres, y se ha ensañado más donde mayor ha sido el coeficiente de la riqueza y bienestar del pueblo. Ni pueden echarse en olvido nuestra avanzada legislación social y nuestras prósperas instituciones de beneficiencia y asistencia pública y privada, de abolengo español y cristiano. El pueblo, fué engañado con promesas irrealizables, incompatibles, no solo con la vida económica del país, sino con cualquier clase de vida económica organizada. Aquí está la bienandanza de las regiones indemnes, y la miseria, que se adueñó ya de las que han caido bajo el dominio comunista.
La guerra en España, dicen, no es más que un episodio de la lucha universal entre la democracia y el estatismo: el triunfo del movimiento nacional llevará a la nación a la esclavitud del Estado.La iglesia de España - leemos en una revista extranjera- ante el dilema de la persecución por el Gobierno de Madrid o la servidumbre a quienes representan tendencias políticas que nada tienen de cristiano ha optado por la servidumbre-. No es este el dilema que se ha planteado a la Iglesia en nuestro país, sino este: La Iglesia, antes que perecer totalmente en manos del comunismo, como ha ocurrido en las regiones por él dominadas,se siente amparada por un poder que hasta ahora ha garantizado los principios fundamentales de toda sociedad, sin miramiento ninguno a sus tendencias políticas.
Cuanto a lo futuro, no podemos predecir lo que ocurrirá al final de la lucha. Si que afirmamos que la guerra no se ha emprendido para levantar un Estado autócrata sobre una nación humillada, sino para que resurja el espíritu nacional con la pujanza y libertad cristiana de los tiempos viejos. Confiamos en la prudencia de los hombres de gobierno, que no querrán aceptar moldes extranjeros para la configuración del Estado español futuro, sino que tendran en cuenta las exigencias de la vida íntima nacional y la trayectoria marcada por los siglos palados. Toda sociedad bien ordenada se basa sobre principios profundos y de ellos vive, no de aportaciones adjetivas ni extrañas, discordes con el espíritu nacional. La vida es más fuerte que los programas, y un gobernante prudente no impondrá un programa que violente las fuerzas íntimas de la nación. Seríamos los primeros en lamentar que la autocracia irresponsable de un Parlamento, fuera sustituida por la más terrible de una dictadura desarraigada dela nación. Abrigamos la esperanza legítima de que no será así: Precisamente, lo que ha salvado a España en el momento actual, ha sido la persistencia de los principios seculares que han informado nuestra vida y el hecho de que un gran sector de la nación se alzara para defenderlos. Sería un error quebrar la trayectoria espiritual del país, y no es de creer que se caiga en él.
Se imputan a los dirigentes del movimiento nacional crímenes semejantes a los cometidos por los del Frante Popular." El Ejército blanco, leemos en acreditada revista católica extranjera, recurre a medios injustificables contra los que debemos protestar..El conjunto de informaciones que tenemos indica que el terror blanco reina en la España nacional con todo el horror que presentan casi todos los terrores revolucionarios... Los resultados obtenidos, parecen despreciables al lado del desarrollo de crueldad metódicamente organizada de que hacen prueba las tropas".- El respetable articulista está malísimamente informado. Tiene toda guerra sus excesos; los habrá tenido sin duda, el movimiento nacional; nadie se defiende con total serenidad de las locas arremetidas de un enemigo sin entrañas. Reprobando en nombre de la justicia y de la caridad cristianas todo exceso que se hubiese cometido, por error o por gente subalterna, y que metódicamente ha abultado la información extranjera, decimos que el juicio que rectificamos no responde a la verdad, y afirmamos que vá una distancia enorme, infranqueable, entre los principios de justicia de una administración, y de la forma de aplicarla entre una y otra parte. Mas bien diríamos que la justicia del Frente Popular ha sido una historia terrible de atropellos a la justicia, contra Dios, la sociedad y los hombres. No puede haber justicia cuando se elimina a Dios, principio de toda justicia. Matar por matar, destruir por destruir; expoliar al adversario no beligerante, como principio de actuación cívica y militar; he aquí lo que se puede afirmar de los unos con razón y no se puede imputar a los otros sin justicia.
Dos palabras sobre el problema del nacionalismo vasco, tan desconocido y falseado y del que se hacho arma contra el movimiento nacional.- Toda nuestra admiración por las virtudes cívicas y religiosas de nuestros hermanos vascos. Toda nuestra caridad por la gran desgracia que les aflige, que consideramos nuestra porque es de la Patria. Toda nuestra pena por la ofuscación que han sufrido sus dirigentes en un momento grave de su historia. Pero toda nuestra reprobación por haber desoido la voz de la Iglesia y tener realidad en ellos las palabras del Papa en su Encíclica sobre el comunismo: " Los agentes de destrucción, que no son tan numerosos, aprovechándose de las discordias (de los católicos), las hacen más estridentes y acaban con lanzar a la lucha a los católicos los unos contra los otros".-" Los que trabajan para aumentar las disenciones entre los católicos,toman sobre sí una terrible responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia".- " El comunismo es intrínsicamente perverso, y no se puede admitir que colaboren con él, en ningun terreno, los que quieren salvar la civilización cristiana".-" Cuanto las regiones donde el comunismo consigue penetrar más se distinguen por la antiguedad y grandeza de su civilización cristiana, tanto más devastador se manifiesta allí el odio de los " sin Dios".
En una revista extranjera de gran circulación se afirma que el pueblo se ha separado en España del sacerdocio, porque éste se recluta en la clase señoril; y que no quiere bautizar a sus hijos por los crecidos derechos de administración del Sacramento.- A lo primero responderemos que las vocaciones en los distintos Seminarios de España están reclutadas en la siguiete forma: Número total de seminaristas en 1935: 7.401; nobles, 6; ricos, con capital superior a 10.000 pesetas, 115 ; pobres o casi pobres 7.280. A lo segundo, que antes del cambio de régimen no llegaban los hijos de padres católicos no bautizados al uno por diez mil; el arancel es modicísimo y nulo para los pobres.
9.- Conclusión
Cerramos, Venerables Hermanos, esta ya larga Carta, rogándoos ayudéis a lamentar la gran catástrofe nacional de España, en que se ha perdido con la justicia y la paz, fundamentos del bien común, y de aquella vida virtuosa de la Ciudad de que nos habla el Angélico, tantos valores de civilización y vida cristiana. El olvido de la verdad y la virtud, en el orden político, económico y social, nos ha acarreado esta desgracia colectiva. Hemos sido mal gobernados, porque, como dice Santo Tomás, Dios hace reinar al hombre hipócrita por causa de los pecados del pueblo.
A vuestra piedad, añadid la caridad de vuestras oraciones y las de vuestros fieles, para que aprendamos la lección del castigo con que Dios nos ha probado; para que se reconstruya pronto nuestra Patria y pueda llenar sus destinos futuros, de que son presagio los que ha cumplido en siglos anteriores; para que se contenga con el esfuerzo y las oraciones de todos, esta inundación del comunismo que tiende a anular al espíritu de Dios y al espíritu del hombre, únicos polos que han sostenido las civilizaciones que fueron.
Y completad vuestra obra con la caridad de la verdad sobre las cosas de España, Non est oddenda afflictio afflictis: a la pena por lo que sufrimos se ha añadido la de no haberse comprendido nuestros sufrimientos. Más, la de aumentarlos con la mentira, con la insidia, con la interpretación torcida de los hechos. No se nos ha hecho siquiera el honor de considerarnos víctimas. La razón y la justicia se han pesado en la misma balanza que la sinrazón y la injusticia, tal vez la mayor que han visto los siglos. Se ha dado el mismo crédito al periódico asalariado, al folleto procaz o al escrito del español prevaricador, que ha arrastrado por el mundo con vilipendio el nombre de su madre Patria, que a la voz de los Prelados, al concienzudo estudio del moralista o la relación auténtica del cúmulo de hechos que son afrenta de la humana Historia. Ayudadnos a difundir la verdad. Sus derechos son inprescriptibles, sobre todo, cuando se trata del honor de un pueblo, de los prestigios de la Iglesia, de la salvación del mundo. Ayudadnos con la divulgación del contenido de estas Letras, vigilando la Prensa y la propaganda católica, rectificando los errores de la indiferente o adversa. El hombre enemigo ha sembrado copiosamente la cizaña, ayudadnos a sembrar la buena semilla.
Consentidnos una declaración última. Dios sabe que amamos en las entrañas de Cristo, y perdonamos de todo corazón a cuantos, sin saber lo que hacían,han inferido daño grave a la Iglesia y a la Patria.Son hijos nuestros. Invocamos ante Dios y a favor de éllos los méritos de nuestros mártires, de los diez obispos y de los miles de sacerdotes y católicos que murieron perdonándoles. Así como el dolor, de mar profundo que sufre nuestra España. Rogad para que en nuestro país se extingan los odios, se acerquen las almas, y volvalmos a ser todos unos en el vínculo de la caridad. Acordaos de nuestros obispos asesinados,de tantos millares de sacerdotes, religiosas y seglares selectos, que sucumbieron solo porque fueron las milicias selectas de Cristo; y pedid al Señor, que dé fecundidad a su sagre generosa. De ninguno de ellos se sabe que claudicara en la hora del martirio; por millares dieron altísimos ejemplos de heroismo. Es gloria inmarcesible de nuestra España. Ayudadnos a orar, y sobre nuestra tierra, regada hoy con sangre de hermanos, brillara otra vez el iris de la paz cristiana y se reconstruirá a la par nuestra Iglesia tan gloriosa, y nuestra Patria tan fecunda.
Y que la paz del Señor sea con todos nosotros, ya que nos ha llamado a todos a la gran obra de la paz universal, que es el establecimiento del Reino de Dios en el mundo.
1 comentario:
tengo negativos de cristal, y quisiera saber quien me puede ayudar
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