sábado, 9 de noviembre de 2013

Hay que insistir recordando

Socialistas, anarquistas, comunistas, republicanos de izquierda y algunos regionalistas difieren entre sí en casi todo: en la forma del Estado, en la organización económica, en la consideración hacia los grupos sociales, en el papel de la religión, la cultura y la enseñanza... Únicamente hay un punto de coincidencia entre todos éllos: la voluntad decidida de construir artificialmente una sociedad carente de todo fundamento religioso.

Cuando la Iglesia no logra hacerse presente en todos los ambientes de las clases más bajas, es criticada por el abandono en que deja a los pobres y obreros, y cuando lograba hacerlo, es condenada por la manera en que ejerce su acción social y es presentada como una sucursal de la burguesía dominante.

En nuestra Guerra Civil, los sacerdotes y religiosos habrían muerto, debido a que la Iglesia Católica se habría ganado la animadversión del pueblo por haberse olvidado de éste, no haber atendido sus necesidades y haberse aliado estrechamente con los sectores reaccionarios y capitalistas.

Según palabras de Pío Moa,"si diéramos crédito a semejantes afirmaciones llegaríamos al absurdo de tener que afirmar que el Frente Popular anhelaba una Iglesia intelectualmente brillante, pastoralmente eficaz, firmemente asentada en la conciencia popular y sin un solo cura reprobable, y que el si Frente Popular la persiguió, fué por sentirse frustrado en sus buenos deseos".

España sufrió entre 1931 y 1939 una persecución religiosa de tal entidad que, para encontrar un paralelismo, habría que remontarse a los primeros siglos del cristianismo. El furor comunista no se limitó a matar a obispos y millares de sacerdotes, religiosos y religiosas, buscando de un modo particular a aquellos y aquellas que precisamente trabajaban con mayor celo con los pobres y los obreros, sino que además mató a un gran número de seglares de toda clase y condición, asesinados en masa por el mero hecho de ser cristianos, o al menos contrarios al ateísmo comunista. Y esta destrucción tan espantosa fué realizada con un odio, una barbarie y una ferocidad como jamás se hubieran creído posible en nuestro siglo.

Traslado aquí, el informe presentado el 9 de enero de 1937 por Manuel de Irujo, dirigente del Partido Nacionalista Vasco, ministro sin cartera en los dos gobiernos de Largo Caballero, y ministro de Justicia en el gabinete de Negrín, (ambos socialistas)
 
a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. c) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron. (...) e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos (...) f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso. h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios (...) destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerda.


En la época actual,la Iglesia es atacada desde dos frentes: uno exterior formado por los mismos partidos que siempre han buscado su destrucción y desde dentro, formado por un relativismo incrustado en los actos sencillamente mundanos de la juventud sacerdotal, preparando de esta forma el camino, sin darse cuenta, a un enemigo que ahora no mata los cuerpos, pero que destruye el espíritu cristiano de los que aún creen en Diós.

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