Socialistas,
anarquistas, comunistas, republicanos de izquierda y algunos
regionalistas difieren entre sí en casi todo: en la forma del
Estado, en la organización económica, en la consideración hacia
los grupos sociales, en el papel de la religión, la cultura y la
enseñanza... Únicamente hay un punto de coincidencia entre todos
éllos: la voluntad decidida de
construir artificialmente una sociedad carente de todo fundamento
religioso.
Cuando
la Iglesia no logra hacerse presente en todos los ambientes de las
clases más bajas, es criticada por el abandono en que deja a los
pobres y obreros, y cuando lograba hacerlo, es condenada por la
manera en que ejerce su acción social y es presentada como una
sucursal de la burguesía dominante.
En
nuestra Guerra Civil, los sacerdotes y religiosos habrían muerto,
debido a que la Iglesia Católica se habría ganado la animadversión
del pueblo por haberse olvidado de éste, no haber atendido sus
necesidades y haberse aliado estrechamente con los sectores
reaccionarios y capitalistas.
Según
palabras de Pío Moa,"si diéramos crédito a semejantes
afirmaciones llegaríamos al absurdo de tener que afirmar que el
Frente Popular anhelaba una Iglesia intelectualmente brillante,
pastoralmente eficaz, firmemente asentada en la conciencia popular y
sin un solo cura reprobable, y que el si Frente Popular la persiguió,
fué por sentirse frustrado en sus buenos deseos".
España
sufrió entre 1931 y 1939 una persecución religiosa de tal entidad
que, para encontrar un paralelismo, habría que remontarse a los
primeros siglos del cristianismo. El furor comunista no se limitó a
matar a obispos y millares de sacerdotes, religiosos y religiosas,
buscando de un modo particular a aquellos y aquellas que precisamente
trabajaban con mayor celo con los pobres y los obreros, sino que
además mató a un gran número de seglares de toda clase y
condición, asesinados en masa por el mero hecho de ser cristianos, o
al menos contrarios al ateísmo comunista. Y esta destrucción tan
espantosa fué realizada con un odio, una barbarie y una ferocidad
como jamás se hubieran creído posible en nuestro siglo.
Traslado
aquí, el informe presentado el 9 de enero de 1937 por Manuel de
Irujo, dirigente del Partido Nacionalista Vasco, ministro sin cartera
en los dos gobiernos de Largo Caballero, y ministro de Justicia en el
gabinete de Negrín, (ambos socialistas)
a)
Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas
excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio. b) Todas
las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y
absolutamente suspendido. c) Una gran parte de los templos, en
Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron. (...) e) En
las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases,
mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de
ocupación diversos (...) f) Todos los conventos han sido desalojados
y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos
de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados,
ocupados y derruidos. g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos,
sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles,
hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la
población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje,
sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes
ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa
conocida que su carácter de sacerdote o religioso. h) Se ha llegado
a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y
objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios
(...) destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros
religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerda.
En
la época actual,la Iglesia es atacada desde dos frentes: uno
exterior formado por los mismos partidos que siempre han buscado su
destrucción y desde dentro, formado por un relativismo incrustado
en los actos sencillamente mundanos de la juventud sacerdotal,
preparando de esta forma el camino, sin darse cuenta, a un enemigo
que ahora no mata los cuerpos, pero que destruye el espíritu
cristiano de los que aún creen en Diós.
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